En ambos lados del escudo vemos dos
guías de laurel, símbolo de Victoria y
de Gloria, unidos bajo el blasón con un lazo de cinta con los colores
nacionales. Los laureles en color rojo y negro,
tomados de la Bandera de Salta, que simbolizan el color del tradicional poncho
salteño (semejante al de los Infernales que acaudillara Martín Miguel de
Güemes).
En la parte superior, un sol naciente,
en oro, con rayos flamígeros y rectos alternados, representa la Verdad, la
Majestad y la Prosperidad y posee el sentido de una nueva Nación que surge al
concierto universal, pleno de esplendor y de gloria, pura y radiante como el
Sol, cuyo deseo es vivir luminosamente, en eterno amanecer. Este Sol, nace de la cadena de montañas donde su
pico más alto es denominado como cerro "El Crestón", que domina el valle y que por su forma se ha
incorporado al folclore y pertenece a Metán.
Dentro del óvalo, fraccionado en tres partes, observamos la Bandera
Argentina en la mitad superior izquierda: creada
por el general Manuel Belgrano, ésta nació el 27 de Febrero de 1812
mientras se gestaban los aires de independencia de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Que la bandera argentina esté compuesta por los colores
celeste y blanco no es casualidad ni tampoco fue una elección al azar; se han
formulado muchas hipótesis acerca de los mismos;
algunos historiadores atribuyen la elección del celeste y blanco a un
sentimiento religioso, porque figuran en el manto de María
Santísima, a la cual Belgrano le rendía culto. Otros hablan de un
tradicionalismo local, el escudo de Buenos Aires lleva los colores cielo y
plata, o también por la bandolera de la Casa de los Borbones empleada por estos
monarcas, y se piensa que éstos pudieron inspirar el formato de la Bandera Argentina.
De todas maneras la gran historia que suele contarse es que Manuel Belgrano, en
medio de una batalla miró hacia el cielo y quedó fascinado por las tonalidades
del mismo; por ende trasladó sus colores hacia la bandera que hoy todos
conocemos. El problema que surge con respecto al color se establece con el
matiz de azul o celeste; muchos aseguran que los colores oficiales de la
bandera argentina son celeste claro y blanco, mientras que otros dicen que en realidad
el azul se utilizó primero y luego, con el correr del tiempo, su matiz fue
aclarándose hasta convertirse en celeste. Hoy en día, la bandera de la Nación
flamea con los colores celeste y blanco, por el Decreto Nº 10.302 dictado en
1944 estableciendo que el color original sea azul cielo sin
ningún tipo de alteraciones.
En la mitad superior derecha,
observamos los colores de la Bandera española, en homenaje a España,
progenitora de naciones, a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y
la armonía de su lengua, una herencia inmortal. Fue el mismo general Belgrano,
difusor y defensor de la cultura hispana, orgulloso de su ascendencia y
contrario a toda cultura extranjera que atentaba contra la hispanidad, como lo
probó cuando los ingleses, durante las invasiones, lo tentaron pidiéndole jurar
obedecer a su Majestad Británica, respondiendo: “Yo seguiré siendo fiel al amo
viejo, nunca al nuevo”. Además, se recibió de abogado en la Península, a la que
siempre defendió, incluso adhiriéndose al “carlotismo”, como una posibilidad de
salvar la Monarquía cuando Napoleón la invadió.
En el centro de los colores de la hispanidad, podemos ver
una Cruz, símbolo del cristianismo, que nos enseña cuál debe ser nuestra
auténtica vocación como seres humanos. La Cruz, con sus dos maderos, nos
muestra quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos da
el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a
nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos
de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del
Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero
vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la
tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la
Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el Cielo, la vida
eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad. El general Manuel
Belgrano, fue un practicante efusivo de la religión y defensor de la fe
cristiana. Su formación religiosa y su excelente preparación teológica y filosófica
le permitieron aplicarla en las distintas facetas de su acción política,
militar y económica, así como en lo cultural, las enseñanzas recibidas. Belgrano, vinculado al Convento de Santo
Domingo, fue devoto de la Virgen del Rosario y perteneció a la Orden de
Terciarios, cuyo accionar mostró
adhesión a la causa de la Revolución.
Con la Cruz encontramos la letra “M” que atribuimos a la
Virgen María. Debemos destacar la vocación mariana de Belgrano, pues cumple en
reiteradas ocasiones con el culto o devoción a la Madre de Dios. Las sesiones
consulares, donde él es secretario, estaban bajo la advocación de la Santísima
y Purísima Concepción de María, bajo cuya invocación se iniciaba cada sesión
presidida por Belgrano. También sostenía públicamente que la religión es el sostén principal e
indispensable del Estado y el apoyo firme de las obligaciones del ciudadano.
Volúmenes enteros, dice, no son bastantes para descubrir todas sus conexiones
con la felicidad pública y privada. “Riámonos de las virtudes morales, que no
estén apoyadas por nuestra Santa Religión. La razón y la experiencia nos lo
enseñan constantemente”.
En sus Memorias, cartas y otros documentos hace
manifestaciones muy concretas de respeto hacia la Santísima Virgen María.
Destaca indudablemente el aspecto maternal y sobre todo el carácter mediador
que ella tiene frente a su Hijo Jesús. El misterio de la Purísima Concepción
cobra valor inusitado en el accionar de Belgrano, pues constituye el símbolo
que identifica a los americanos en momentos de producirse la Revolución y la
Independencia. Es el Misterio de la Inmaculada Concepción que se opone al
Misterio de los Derechos de Fernando VII que esgrimen los separatistas.
Belgrano, como católico
práctico difundió la devoción a la Santísima Virgen a través del Rosario,
novenarios, misas, ángelus, etc., al punto que Bartolomé Mitre dijo que su
ejército parecía una legión romana sujeta a las normas de una orden monacal. Su
amor a la Virgen se puso de manifiesto en sus homenajes, haciendo llegar las
banderas y trofeos tomados al enemigo para ser depositados a los pies de la
Virgen del Rosario o de la Inmaculada Concepción de Luján o de Nuestra Señora
de las Mercedes en Tucumán.
Toda la documentación esta signada por su devoto
amor a María, considerándola fundamento de fe cristiana y refugio de todos los
pueblos del mundo. Belgrano inicia dos grandes devociones, el rezo del Rosario
y el uso del escapulario, que los soldados llevan en sus pechos. La misa es un
elemento fundamental de la religiosidad y los soldados y oficiales debían
concurrir a misa.
La documentación del Archivo General de la
Nación, de los archivos provinciales y bolivianos permite asegurar estos
aspectos significativos de la acción religiosa de Belgrano, que estuvieron
presentes hasta el último momento de su vida. Los bandos, proclamas y diarios
de marcha del ejército con "los santos y señas" reflejan este
sentimiento.
En la mitad inferior, observamos el sable de Belgrano y una
pluma. El arma simboliza toda su trayectoria como militar, desde las invasiones
inglesas como ciudadano que toma el
fusil para defender a su tierra, hasta las campañas realizadas durante la
guerra de la independencia, en la Banda Oriental, el Paraguay y con el Ejército
del Norte que llegó hasta el Alto Perú. Aunque no fue militar de carrera,
mostró todo su valor y capacidad como conductor, tanto en los triunfos como en
la adversidad.
La pluma representa su otra gran faceta, como hombre de
letras y orador, ya que fue abogado, periodista, y como miembro del Consulado
trabajó para el desarrollo industrial y comercial del Virreinato. Además, fue
un destacado político integrando la Primera Junta de Gobierno, en los días de
la Revolución de Mayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario