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miércoles, 21 de diciembre de 2011

YATASTO Y EL GENERAL BELGRANO


    Ante la insistencia con que se siguen divulgando algunos errores sobre el pasado histórico relacionado con Yatasto, consideramos necesario rectificar algunos de ellos surgidos por fallas en la interpretación de la documentación existente, o por el deseo no siempre mal intencionado, de adaptar los hechos del pasado a las necesidades del presente.
    Dos de los errores más difundidos son los de la “Posta de Yatasto”, y el de la reunión que mantuvieron los generales San Martín, Belgrano y Güemes en dicho lugar. En realidad la casa de Yatasto nunca fue una posta, y tampoco los tres próceres estuvieron reunidos  juntos como se los puede apreciar en un cuadro muy difundido.
     Las postas oficialmente reconocidas por el servicio de correos, desde Salta hasta El Tala, eran las siguientes: Cobos, La Ciénaga (hoy Cabeza de Buey). Río Pasaje (en la margen norte), Los Algarrobos (Estancia Las Chilcas, en Lumbreras), Conchas, La Frontera del Rosario y El Arenal. Yatasto no figura, pero muchos viajeros hacían un alto en su camino en la sala de Las Juntas, de Manuel José Torrens, situada cerca de la horqueta que forma el río Yatasto al unirse con el río Metán. Por un injusto olvido, de esta casa hoy sólo queda una pared y algunos cimientos.
      La actual “Posta de Yatasto” estaba situada uno kilómetros al oeste de Las Juntas, y era la sala de la familia de Toledo y Pimentel, que había comenzado a construirse en 1784. Este edificio se encuentra bien conservado gracias a que fue declarado “Monumento histórico nacional”, por Ley del 14 de julio de 1941. Allí se reunieron, el 26 de marzo de 1812, Juan Martín de Pueyrredón y el Gral. Belgrano, quien recibió el mando del maltrecho Ejército del Norte. Este hecho (hoy efemérides local), fue de gran importancia para la suerte de la guerra, gracias a la capacidad de los jóvenes oficiales que ayudaron al nuevo Jefe a reconstruir la disciplina y la moral de la tropa.
     Pero el territorio metanense tendrá el privilegio de ser testigo del primer encuentro de los dos prohombres, o máximos héroes de la Patria, los generales San Martín y Belgrano. Después de la fracasada segunda expedición al Alto Perú, el entonces coronel José de San Martín viene a reemplazar a Belgrano en el mando del Ejército del Norte. El día 16 de enero de 1814 se hospeda en la sala de Yatasto, y el 19 llega a la posta de Los Algarrobos. Hasta allí se dirige el Gral. Belgrano, que estaba con sus soldados en la margen izquierda del río Pasaje, y en aquel primer abrazo quedó prefigurado el futuro de nuestro pueblo. San Martín era de neta raigambre hispana, mientras que Belgrano tenía ascendencia italiana (hoy el 52% de los apellidos argentinos son de este origen). Luego parten rumbo a Yatasto.
     El día 20 ambos Jefes se reúnen en la sala de Las Juntas, donde hablarán, sin duda, de la necesidad de declarar la independencia, y del plan continental ya esbozado por otros militares, es decir, llevar la guerra al Perú por vía marítima. Durante la entrevista, la familia Torrens obsequió a los próceres pescado del río Juramento, y de aquí proviene la célebre receta “Dorado a la San Martín”, que publicó Juana Manuela Gorriti en su “Cocina Ecléctica”. Belgrano permanecerá en esta sala hasta el día 26 de enero, cuando parta hacia San Miguel de Tucumán. Por su parte, el entonces coronel Martín Miguel de Güemes llegará, en los primeros días de febrero, a la sala de los Toledo y Pimentel para entrevistarse con el nuevo Jefe del Ejército del Norte.
      Aparte de este recordado encuentro, Belgrano está entrañablemente unido a nuestro suelo por otros hechos de gran trascendencia. El 3 de setiembre de 1812 se libró el combate de Las Piedras, que fue decisivo para preparar al Ejército a dar batalla en Tucumán, y dicho combate figura en las estrofas de nuestro Himno, del que se dice que comenzó a ser escrito en las márgenes del río del mismo nombre. Y el 13 de febrero de 1813, en la margen norte del río Pasaje, Belgrano hizo jurar a las tropas fidelidad a la Asamblea General, desplegando “…la nueva divisa con que marcharán al combate los defensores de la Patria”. Desde entonces el río tendrá el nombre de “Juramento”, y la nueva bandera (la izada en Rosario tenía los colores invertidos, con la franja celeste al medio) no dejará ya de flamear hasta el día de hoy.
     Todo ello nos obliga a dar una breve semblanza de nuestro héroe, a quien alguien llamó “el eterno novio de la Patria”. Es que Belgrano es una de las pocas figuras de nuestro campo historiográfico que cuentan con el favor o la simpatía de todas las vertientes que se disputan el predominio interpretativo. Había nacido en Buenos aires el 3 de junio de 1770, y su nombre completo era Manuel Joaquín del Corazón de Jesús de Belgrano y González.
     En el Real Colegio de San Carlos estudió latín y filosofía; trasladado a España cursó el bachillerato en la Universidad de Salamanca, y posteriormente recibió el título de abogado en la de Valladolid. Fue secretario del Consulado, luchó contra los ingleses en las invsiones; como periodista editó “El Correo de Comercio”; fue revolucionario en los días de Mayo y vocal en la Primera Junta; creó escuelas, fundó pueblos y fue soldado de la Patria. En Tacuarí, Salta y Tucumán el coraje tendrá su nombre para el recuerdo.
      Pero su momento más glorioso fue quizás, después de Vilcapugio y Ayohuma, cuando debió rehacerse en la derrota y en la adversidad, salvando los restos del Ejército del Norte y retirándose en orden del Alto Perú. En 1816 lo encontramos nuevamente como Jefe de dicho Ejército, y como protagonista en la política del Congreso de Tucumán. Fue cuando se mostró partidario de preservar la unidad del Imperio Español en Sudamérica, después de la independencia, restaurando la monarquía incaica como alternativa.
      Después su salud se resiente y desde 1819 una insidiosa hidropesía lo tiene postrado. Tuvo que abandonar la jefatura del Ejército y trasladarse a Tucumán, en donde lo sorprendió la revolución de noviembre, grave y en cama. Afectado por esos acontecimientos políticos y deseando morir en Buenos Aires, solicitó dos mil pesos al gobernador Aráoz para poder viajar. Se los negaron, la Provincia estaba exhausta por la guerra. Un amigo, José Balbín, se los presta y en los primeros días de febrero de 1820 Belgrano parte a la Capital.
       Mientras tanto la anarquía cundía en el territorio nacional. En Buenos Aires el gobernador Ramos Mejía le manda trescientos pesos para ayudarlo en su enfermedad, disculpándose por lo exiguo de la suma, porque los fondos de la Provincia tampoco daban para más. En sus últimos días lo visitan Lamadrid y Balbín. A éste le dice: “Muero tan pobre que no tengo con qué pagarle el dinero que usted me prestó, pero no los perderá. El Gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos, y luego que el país se tranquilice se los pagarán a mi albacea, quien queda encargado de satisfacer la demanda”.
       Y a las siete de la mañana del día martes 20 de junio de 1820, la muerte cayó al fin sobre este “rubio y alto general”, pobre y casi solo en su casa paterna, rodeado por sus hermanos y dos o tres amigos. Había encomendado “…su alma a Dios, que la formó de la nada, y su cuerpo a la tierra de que fue formado”, como dejó escrito en su testamento. Pero su memoria estará para siempre impresa en el celeste y blanco de la enseña que nos legó. Es que ella en sus amorosos pliegues sintetiza y envuelve todo el sufrimiento y la alegría, todo el trabajo y sacrificio, la sangre o los triunfos de todas las generaciones de argentinos que construyeron y construyen la Nación.


                                                                                Lic. José Eduardo Poma
       

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