Ante la insistencia con que se siguen
divulgando algunos errores sobre el pasado histórico relacionado con Yatasto,
consideramos necesario rectificar algunos de ellos surgidos por fallas en la
interpretación de la documentación existente, o por el deseo no siempre mal
intencionado, de adaptar los hechos del pasado a las necesidades del presente.
Dos de los errores más difundidos son los
de la “Posta de Yatasto”, y el de la reunión que mantuvieron los generales San
Martín, Belgrano y Güemes en dicho lugar. En realidad la casa de Yatasto nunca
fue una posta, y tampoco los tres próceres estuvieron reunidos juntos como se los puede apreciar en un
cuadro muy difundido.
Las postas oficialmente reconocidas por el
servicio de correos, desde Salta hasta El Tala, eran las siguientes: Cobos, La
Ciénaga (hoy Cabeza de Buey). Río Pasaje (en la margen norte), Los Algarrobos
(Estancia Las Chilcas, en Lumbreras), Conchas, La Frontera del Rosario y El
Arenal. Yatasto no figura, pero muchos viajeros hacían un alto en su camino en
la sala de Las Juntas, de Manuel José Torrens, situada cerca de la horqueta que
forma el río Yatasto al unirse con el río Metán. Por un injusto olvido, de esta
casa hoy sólo queda una pared y algunos cimientos.
La actual “Posta de Yatasto” estaba
situada uno kilómetros al oeste de Las Juntas, y era la sala de la familia de
Toledo y Pimentel, que había comenzado a construirse en 1784. Este edificio se
encuentra bien conservado gracias a que fue declarado “Monumento histórico
nacional”, por Ley del 14 de julio de 1941. Allí se reunieron, el 26 de marzo
de 1812, Juan Martín de Pueyrredón y el Gral. Belgrano, quien recibió el mando
del maltrecho Ejército del Norte. Este hecho (hoy efemérides local), fue de
gran importancia para la suerte de la guerra, gracias a la capacidad de los
jóvenes oficiales que ayudaron al nuevo Jefe a reconstruir la disciplina y la
moral de la tropa.
Pero el territorio metanense tendrá el
privilegio de ser testigo del primer encuentro de los dos prohombres, o máximos
héroes de la Patria, los generales San Martín y Belgrano. Después de la
fracasada segunda expedición al Alto Perú, el entonces coronel José de San
Martín viene a reemplazar a Belgrano en el mando del Ejército del Norte. El día
16 de enero de 1814 se hospeda en la sala de Yatasto, y el 19 llega a la posta
de Los Algarrobos. Hasta allí se dirige el Gral. Belgrano, que estaba con sus
soldados en la margen izquierda del río Pasaje, y en aquel primer abrazo quedó
prefigurado el futuro de nuestro pueblo. San Martín era de neta raigambre
hispana, mientras que Belgrano tenía ascendencia italiana (hoy el 52% de los
apellidos argentinos son de este origen). Luego parten rumbo a Yatasto.
El día 20 ambos Jefes se reúnen en la sala
de Las Juntas, donde hablarán, sin duda, de la necesidad de declarar la
independencia, y del plan continental ya esbozado por otros militares, es
decir, llevar la guerra al Perú por vía marítima. Durante la entrevista, la
familia Torrens obsequió a los próceres pescado del río Juramento, y de aquí
proviene la célebre receta “Dorado a la San Martín”, que publicó Juana Manuela
Gorriti en su “Cocina Ecléctica”. Belgrano permanecerá en esta sala hasta el
día 26 de enero, cuando parta hacia San Miguel de Tucumán. Por su parte, el
entonces coronel Martín Miguel de Güemes llegará, en los primeros días de
febrero, a la sala de los Toledo y Pimentel para entrevistarse con el nuevo
Jefe del Ejército del Norte.
Aparte de este recordado encuentro,
Belgrano está entrañablemente unido a nuestro suelo por otros hechos de gran
trascendencia. El 3 de setiembre de 1812 se libró el combate de Las Piedras,
que fue decisivo para preparar al Ejército a dar batalla en Tucumán, y dicho
combate figura en las estrofas de nuestro Himno, del que se dice que comenzó a
ser escrito en las márgenes del río del mismo nombre. Y el 13 de febrero de
1813, en la margen norte del río Pasaje, Belgrano hizo jurar a las tropas
fidelidad a la Asamblea General, desplegando “…la nueva divisa con que
marcharán al combate los defensores de la Patria”. Desde entonces el río tendrá
el nombre de “Juramento”, y la nueva bandera (la izada en Rosario tenía los
colores invertidos, con la franja celeste al medio) no dejará ya de flamear
hasta el día de hoy.
Todo ello nos obliga a dar una breve
semblanza de nuestro héroe, a quien alguien llamó “el eterno novio de la
Patria”. Es que Belgrano es una de las pocas figuras de nuestro campo
historiográfico que cuentan con el favor o la simpatía de todas las vertientes
que se disputan el predominio interpretativo. Había nacido en Buenos aires el 3
de junio de 1770, y su nombre completo era Manuel Joaquín del Corazón de Jesús
de Belgrano y González.
En el Real Colegio de San Carlos estudió
latín y filosofía; trasladado a España cursó el bachillerato en la Universidad
de Salamanca, y posteriormente recibió el título de abogado en la de
Valladolid. Fue secretario del Consulado, luchó contra los ingleses en las
invsiones; como periodista editó “El Correo de Comercio”; fue revolucionario en
los días de Mayo y vocal en la Primera Junta; creó escuelas, fundó pueblos y
fue soldado de la Patria. En Tacuarí, Salta y Tucumán el coraje tendrá su
nombre para el recuerdo.
Pero su momento más glorioso fue quizás,
después de Vilcapugio y Ayohuma, cuando debió rehacerse en la derrota y en la
adversidad, salvando los restos del Ejército del Norte y retirándose en orden
del Alto Perú. En 1816 lo encontramos nuevamente como Jefe de dicho Ejército, y
como protagonista en la política del Congreso de Tucumán. Fue cuando se mostró
partidario de preservar la unidad del Imperio Español en Sudamérica, después de
la independencia, restaurando la monarquía incaica como alternativa.
Después su salud se resiente y desde 1819
una insidiosa hidropesía lo tiene postrado. Tuvo que abandonar la jefatura del
Ejército y trasladarse a Tucumán, en donde lo sorprendió la revolución de
noviembre, grave y en cama. Afectado por esos acontecimientos políticos y
deseando morir en Buenos Aires, solicitó dos mil pesos al gobernador Aráoz para
poder viajar. Se los negaron, la Provincia estaba exhausta por la guerra. Un
amigo, José Balbín, se los presta y en los primeros días de febrero de 1820
Belgrano parte a la Capital.
Mientras tanto la anarquía cundía en el
territorio nacional. En Buenos Aires el gobernador Ramos Mejía le manda
trescientos pesos para ayudarlo en su enfermedad, disculpándose por lo exiguo
de la suma, porque los fondos de la Provincia tampoco daban para más. En sus
últimos días lo visitan Lamadrid y Balbín. A éste le dice: “Muero tan pobre que
no tengo con qué pagarle el dinero que usted me prestó, pero no los perderá. El
Gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos, y luego que el país se
tranquilice se los pagarán a mi albacea, quien queda encargado de satisfacer la
demanda”.
Y a las siete de la mañana del día
martes 20 de junio de 1820, la muerte cayó al fin sobre este “rubio y alto
general”, pobre y casi solo en su casa paterna, rodeado por sus hermanos y dos
o tres amigos. Había encomendado “…su alma a Dios, que la formó de la nada, y
su cuerpo a la tierra de que fue formado”, como dejó escrito en su testamento.
Pero su memoria estará para siempre impresa en el celeste y blanco de la enseña
que nos legó. Es que ella en sus amorosos pliegues sintetiza y envuelve todo el
sufrimiento y la alegría, todo el trabajo y sacrificio, la sangre o los
triunfos de todas las generaciones de argentinos que construyeron y construyen
la Nación.
Lic. José Eduardo Poma
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